Sitges 2019: Correspondencias

– Sitges 2019: Correspondencias –

Me gustan las correspondencia fortuitas. Por ejemplo, ayer leía de casualidad, en un libro que no pensaba adquirir, el relato de Scorsese sobre el desastre de proporciones bíblicas que fue la producción de Gangs of New York. «Todo el mundo estaba exhausto. Surgían conflictos por todas partes. Teníamos problemas con la barrera idiomática — había hasta especialistas yugoslavos. A veces no teníamos ni la más remota idea de lo que estaba pasando en el rodaje». Unas circunstancias que, sobre el papel, se nos antojarían como las idóneas para contarnos la naturaleza caótica y violenta sobre la que se cimentó el país norteamericano. Pero ya sabemos cómo acaban siempre las cosas cuando hay especialistas yugoslavos de por medio. Un rato después, me topo con una entrevista a Gaspar Noé en el afectuoso Diario de Sitges, una publicación que debería acabar de una vez por todas con los “cuadernillos” de las publicaciones especializadas. En ella, el enfant terrible franco-argentino explica su anhelado proyecto sobre la Inquisición. «Me gustaría reconstituir aquella época con el idioma, las técnicas y los manierismos de hoy en día. Sería difícil, todo un reto. Tengo una profunda admiración hacia la gente que consigue reconstituir alguna época del pasado. Supone tanto, tanto trabajo… que luego el director no tiene tiempo de hacer algo serio.» Sin soltar el periódico, me topo en sus páginas con el bueno de Gerard Casau, que habla con Toby Poser co-directora de The deeper you dig, una película “casera” presentada en Panorama Fantàstic. Y cuando digo casera, no es por decir: Toby Poser es la matriarca del clan Adams-Poser, una familia del nordeste de los Estados Unidos que hace películas con, literalmente, lo que tiene delante. Las hijas, la madre, el padre, la furgoneta y hasta el perro del vecino. «Fue todo bastante casual. John y yo queríamos tomarnos un respiro de nuestro trabajo, así que compramos un coche de segunda mano y salimos a recorrer los Estados Unidos. En aquel momento, nuestras hijas tenían seis y once años, así que no les quedaba más remedio que acompañarnos (ríe). Sobre la marcha, pensamos que podría ser divertido ir rodando una película improvisada, articulando la historia según la localización. No nos hemos apartado demasiado de ese método: usamos lo que tenemos a mano y confiamos en ir mejorando a cada nuevo paso (…) Ha sido bonito aprender un oficio en familia.» 


Tres escalas de cine, tres formas de entender esta cosa de mirar el mundo a través de una cámara. Afortunadamente, todo cabe en Sitges: el elefante, la termita y hasta un gato diabólico. Como el de Koko-Di Koko-Da, la segunda película del sueco Johannes Nyholm, que ganara con The Giant la mención especial del jurado del Festival de San Sebastián de hace un par de años. Aunque la cosa tiene trampa, porque el gato gigante que encabeza el póster de la película (ver imagen) luego solo aparece a escala normal durante el metraje. Publicidad engañosa de lo más efectiva: no fuimos pocos los que acudimos a la llamada gatuna esperando fuego y destpurrcción. Lo que sí aparece en Koko-Di Koko-Da es un extraño trío, me perdonarán la redundancia, entre circense e infernal. Un maestro de ceremonias perturbador, por ridículo, acompañado de un tipo gigante con evidentes deficiencias mentales y una chica que arrastra a su perro y dios sabe cuántos traumas a cuestas. Un trío pesadillesco que se dedicará a humillar a un matrimonio que acampa en el bosque con la vana esperanza de sanar un matrimonio herido de la peor de las laceraciones, la pérdida de un hijo. Así las cosas, cada día que la pareja amanece en la tienda de campaña, este extraño trío ya les espera en las inmediaciones para torturarles con insistencia de agente comercial de telefonía, puesto que la escena se repite una y otra vez en truculentas variaciones. Efectivamente, el matrimonio está atrapado en un bucle y la cosa pasará por ver cómo pueden salir de ahí y dejar de morir a manos de ese bizarro tridente de acosadores. Se articula así un siniestro cuento de hadas que pone contra las cuerdas las dinámicas tóxicas de las relaciones de pareja: los reproches, la desconexió, la cotidianidad pasivo-agresiva, el rencor… Con la particularidad de que, además, esta pareja viene de asomarse al abismo. Un juego de variaciones que Nyholm filma con afán de rigurosidad, a cierta distancia, congelando desde las alturas en impactantes tableaux vivants los momentos en los que el horror ya ha sido consumado, como si de un demiurgo implacable se tratara. Un ejercicio que, no obstante, acaba ahogándose en su propia mise en abyme, careciendo de la inventiva secuencial que ejemplificara en su día Raymond Queneau o de la profundidad teórica de una de las escenas más interesantes de la última película de Tarantino, aquella en la que DiCaprio olvidaba sus líneas mientras la cámara volvía una y otra vez en travelling circular sobre los rostros de sus actores, probablemente una de las más hermosas síntesis del arte cinematográfico. Porque el cine, como la vida, y aquí coinciden Nyholm y Tarantino, no es más que una serie de repeticiones en busca de atrapar el rayo en la botella.  


Con esa escena en la cabeza abro los ‘Diarios de Cine’ de Mekas, a los que vuelvo una y otra vez con absoluta devoción. Lo cojo, en la estupenda edición mexicana de Mangos de Hacha, lo abro por una página al azar y encuentro otra correspondencia. Se trata de una entrada sobre Marilyn Monroe a partir de esa obra maestra triste llamada The misfits (John Houston). Dice así: 

«Contemplemos el rostro del hombre en la pantalla, el rostro de M.M. mientras cambia, reacciona. Ni drama, ni ideas, sino un rostro humano en toda su desnudez: algo que ningún otro arte puede lograr. Contemplemos este rostro, sus movimientos, sus sombras; es éste, el rostro de M.M., lo que constituye el contenido, la historia y la idea de la película, que en realidad es el mundo»

Efectivamente, en los rostros de los jóvenes Thomas Gioria y Fantine Harduin encontramos la nueva película de Fabrica Du Welz, Adoration. El belga vuelve a la Sección Oficial de Sitges y a los bosques de los Ardennes donde ya filmara Calvaire y Alléluia, que bien podrían ser ahora las dos primeras entregas de una trilogía temática sobre relaciones extremas, que quedara cerrada con esta historia de amor fou de dos pre-adolescentes a la fuga. Paul (Thomas Gioria) vive en un hospital psiquiátrico junto a su madre, que ejerce de trabajadora del centro ¿y de Agripina a tiempo parcial? Paul, ese niño-pájaro que revolotea por el campo en despliegue sensorial de Du Welz, verá como su jaula se abre con la llegada, como interna, de Gloria (Fantine Harduin), una chica de rostro hermoso, vestido rojo y fuego en las pupilas. Como en Malas tierras y tantas otras, la pareja de enamorados se echará a recorrer los bosques, como si al integrarse en ellos pudieran ir retrocediendo en el tiempo hasta finalmente salir a una tierra primordial que pueda dar cabida a su amor imposible. Du Welz vuelve a contar con Manuel Dacosse (DP habitual de Cattet & Forzani, también de Lucile Hadzihalilovic) para apostar por un hermoso registro impresionista en 16mm alejado de la funcionalidad serie-B de sus dos últimos thrillers (Colt 45, Message from the King). Una vuelta a sus raíces que nos devuelve a un cineasta sugerente en busca de la(s) imagen(es) que pueda dar cabida al amor fou y sus fugas. Es decir, a su cine. No será finalmente ni en las pinceladas de luz ni en la naturaleza ni en las composiciones esforzadas donde la encontrará, sino en los rostros de Harduin y Gioria cuando, en medio del bosque, entre ramas y malezas, la adolescente masturbe a su amor. Es en el rostro turbado extático (y estático) del joven, y en el gesto empoderado y cariñoso de ella. Un gesto espléndido, por resplandeciente, por generoso. El de alguien que le acaba de revelar el más sublime de los secretos alquímicos a su enamorado: convertir el amor en sustancia. Y la película en un rostro. 


«El amor siempre implica una cegueradice el cineasta belga al periódico de Sitges—, es como un veneno muy violento. Penetra tus venas, tu alma, tu corazón. Quieres estar con una persona, tocarla, sentirla cerca… y ni siquiera sabes por qué, estás completamente bajo su influencia. Lo que hace Paul es transformar esa violencia en algo absolutamente puro». Tercera y última correspondencia: acudimos al pase de Living Skeleton que acoge la iniciativa Seven Chances del Festival de Sitges. Se trata de la recuperación de una esquiva película de 1968 filmada por el japonés Hiroshi Matsuno para la mítica productora Shochiku, casa habitual de Ozu, que metía aquí el dedo gordo en el fantástico para comprobar la temperatura del agua. La cosa empieza in medias res con la tripulación de un barco carguero siendo acribillada salvajemente por una banda de piratas. Y de ahí pasamos a unos créditos fantabulosos en los que el barco (claramente un juguete en miniatura) es azotado por un temporal de tebeo (claramente filmado en una bañera), con una desconcertante música bondiana de fondo. Lo que sigue es una de esas películas que no paran de tomar decisiones entrañables, por extravagantes, exiguas para dar peso al conjunto pero más que suficiente para gozar de toda nuestra simpatía. Por el camino, Matsuno, del que no queda constancia de ninguna incursión más en el cine, nos regala una imagen inaudita: la de un amante absolutamente enloquecido, vampirizado de amor, tratando de mantener con vida a su moribunda amada inyectándole su propia sangre. Casi como un reflejo zombie de Vértigo. O como decía Casau, responsable de la sesión, «la necrofilia como fase terminal del amor puro». Only in Sitges. Alberto Lechuga