CANNES 2018 D-4: Thunder Road, el tortazo estadounidense

– CANNES 2018 D-4: Thunder Road, el tortazo estadounidense –

 A la espera de los largometrajes de David Mitchell y Spike Lee en la competición oficial, ha habido que ir a escarbar a la ACID para encontrar la gran película americana de Cannes. Jim Cummings, que lleva a sus espaldas todo el peso de Thunder Road, es la revelación más emocionante desde hace mucho tiempo en el seno de un cine indie estadounidense a menudo demasiado prudente y anquilosado.

 
Mamá ha muerto hoy. Podría comenzar como El extranjero, de Camus, pero la trayectoria del agente de policía Jim Arnaud tiene más que ver con La caída; él, que ve cómo su vida se va al garete, se descarría, arriesgándose a perderlo todo: la custodia de su hija, su trabajo, su casa… Estamos dispuestos a olvidar el plano secuencia de más de diez de minutos que abre la película y que, en un principio, fue un cortometraje galardonado en Sundance. En el funeral de su madre, Jim, vestido de uniforme, brinda un surrealista elogio fúnebre a lo largo del cual se pierde en consideraciones diversas antes de intentar, en vano, poner «Thunder Road», de Springsteen (que su madre adoraba) y esbozar un improbable baile sin música. Diciendo lo primero que se le pasa por la cabeza, casi siempre fuera de lugar, resulta a la vez un poco inquietante, incómodo, sensiblero y terriblemente conmovedor. La pauta está marcada, Cummings (a la vez actor, realizador y productor) lo da todo y no nos soltará hasta el final, navegando entre el drama de extrarradio profundamente negro y un singular y burlesco tono agridulce. Al joven cineasta, antiguo productor de College Humor, le gusta colocar a sus personajes en situaciones que son como una olla exprés, siempre al borde de la implosión y el estallido, sin por ello caer nunca en el secuestro sarcástico del espectador. Lo que pasa es que Jim Arnaud, el honrado y condecorado poli, es un tipo un tanto frágil, lleno de buenas intenciones e íntegro, pero que siempre está al borde del ataque de nervios.


 

El objetivo de Cummings es el propio de toda buena dramedy. Ese propósito es muy sencillo —hacernos reír y hacernos llorar— y muy complicado, puesto que se trata de entremezclar ambas cosas para que ya no sepamos dónde tenemos nuestra mano derecha. Cummings explica que este tenso equilibrio ha guiado incluso la posproducción: unos tonos demasiado fríos lo habrían llevado hacia lo policíaco y unos colores demasiado vivos habrían hecho que la película pasara por ser una comedia a la manera de Judd Apatow. Thunder Road vacila, pues, en medio de esa zona pálida de las medias tintas que es de todo menos un término medio. Al contrario, el suyo es un universo monótono que estalla gracias a una energía nerviosa que no pasa, subrayémoslo, por una cámara aquejada de convulsiones. Progresando en largos bloques de secuencias, la puesta en escena de la película es muy fluida y suave, está hecha desde la distancia apropiada, completamente al servicio de la actuación de un actor de todo punto alucinante, si tenemos en cuenta que es alguien que nunca ha dado una sola clase de interpretación en su vida. En el fondo, Cummings ofrece lo que todo aprendiz de cineasta debería querer ofrecer a una sala de cine, a saber: un enorme all in, una onda emocional sin barandilla de seguridad. En eso va hasta el fondo, hasta el punto de no retorno. La anécdota de haber renunciado a su anillo de compromiso con su exmujer para financiar la producción es elocuente del grado de compromiso del director con su película. Ya hemos visto proyectadas multitud de «sundancerías» con una puesta en escena floja y centradas en personajes hípsters sumidos en una crisis existencial, como para no entusiasmarse con esta cinta capaz de sublimar a su personaje de loser inadaptado con un nervio desconcertante. 
 
Sábado, 12 de mayo de 2018